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05/05/2025

El regalo del solideo rojo: un gesto raro, discreto y simbólico en la historia de los cónclaves

En el corazón del misterio del cónclave, ese ritual sagrado mediante el cual la Iglesia católica designa a un nuevo soberano pontífice, se esconde una serie de gestos silenciosos, signos discretos, indicios imperceptibles para los profanos, pero cargados de significado para los iniciados. Entre estos gestos figura una acción singular, raramente observada pero que, cuando ocurre, suscita la atención de los vaticanistas y conocedores: la del cardenal electo que, en el instante siguiente a su aceptación del ministerio petrino, se quita su solideo rojo —llamado zucchetto— para ofrecerlo al secretario del cónclave.

Este gesto, aunque no inscrito en el derecho canónico ni formalmente codificado en las constituciones apostólicas que rigen el cónclave, ha sido reportado en raras ocasiones en la historia reciente. No es ni una costumbre universal, ni una tradición sólidamente establecida, sino más bien un hecho puntual, excepcional, cuya significación simbólica se interpreta a través del prisma de los usos curiales, de las relaciones humanas y del lenguaje mudo del reconocimiento entre servidores de la Iglesia.

Un marco sagrado, un rol discreto: el secretario del cónclave

Antes de comprender el alcance simbólico de este gesto, conviene recordar el rol del secretario del cónclave. Este prelado, generalmente proveniente del cuerpo diplomático de la Santa Sede o de los servicios de la Secretaría de Estado, está encargado de asegurar el buen desarrollo logístico y administrativo del cónclave. Vela por la confidencialidad absoluta de los debates, asiste a los cardenales en la organización material del escrutinio, y coordina con rigor los procedimientos complejos que jalonan esta elección altamente solemne.

A menudo poco conocido por el gran público, el secretario del cónclave encarna una figura de discreción y fidelidad. Actúa en la sombra, pero su rol es indispensable para el buen desarrollo del proceso electoral. Se encuentra así en una proximidad física y espiritual única con los cardenales durante estos días de clausura y de intensa oración. Es quizás esta posición singular, en la encrucijada del servicio y la confianza, lo que hace su eventual reconocimiento aún más simbólico.

El gesto de la donación: ¿reconocimiento, presagio o simple cortesía?

Ha ocurrido, de manera completamente excepcional, que el cardenal recién elegido al trono de Pedro se quite su solideo rojo y lo entregue al secretario del cónclave. Este gesto no figura en ningún texto litúrgico, ninguna constitución apostólica ni ningún manual canónico. No es requerido por el Ordo Rituum Conclavis, el ritual oficial del cónclave, ni siquiera mencionado en las fuentes jurídicas como Universi Dominici Gregis.

Pero cuando ocurre, este gesto llama la atención. Porque en la cultura clerical del Vaticano, donde los signos, los gestos, las posturas tienen a menudo más peso que las palabras, puede ser leído como una marca de gratitud personal, incluso como un signo precursor de un reconocimiento más formal. Algunos han visto en él una "señal" del nuevo papa, expresando su voluntad de elevar posteriormente al secretario del cónclave a la dignidad cardenalicia. El solideo rojo se convierte así, por metonimia, en el símbolo de una posible futura púrpura.

Casos documentados: Juan XXIII y Francisco, dos gestos notables

Dos ejemplos contemporáneos, aunque separados por varias décadas, han alimentado esta lectura simbólica.

El primero se remonta a 1958, durante la elección de Angelo Giuseppe Roncalli, convertido en Juan XXIII. Según ciertos relatos, aún debatidos, Juan XXIII habría colocado su solideo rojo sobre la cabeza de Monseñor Alberto di Jorio, entonces secretario del cónclave. Este último fue efectivamente creado cardenal poco después de la elección. Aunque las fuentes históricas sobre este punto son fragmentarias, el gesto es evocado en varios relatos biográficos y testimonios orales.

El segundo caso es más reciente y mejor documentado. En 2013, tras la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio como papa Francisco, varios periodistas y observadores presentes entre bastidores informaron que se había quitado su solideo rojo para entregarlo a Monseñor Lorenzo Baldisseri, secretario del cónclave. Le habría deslizado estas palabras: "Eres cardenal a medias." Este gesto fue discreto, no publicitado oficialmente, pero confirmado a medias palabras por fuentes cercanas al Vaticano. Monseñor Baldisseri fue efectivamente creado cardenal durante el consistorio siguiente, en febrero de 2014.

¿Una tradición emergente o una simple cortesía puntual?

A la luz de estos dos casos, podría estar uno tentado de hablar de una tradición emergente. Sin embargo, hay que ser prudente: dos ejemplos, por muy notables que sean, no bastan para establecer una costumbre. El derecho canónico distingue rigurosamente entre los usus (usos puntuales), las consuetudines (costumbres locales o personales), y las traditiones (prácticas universales y perennes). En este caso, estamos frente a un uso personal, no generalizado, cuyo alcance es primero humano y espiritual antes que institucional.

Pero la Iglesia, rica en sus símbolos, se nutre también de estos gestos discretos que, si no hacen la ley, a veces hacen la historia. La ofrenda del solideo rojo, en estos casos raros, no debe interpretarse como un derecho a la púrpura cardenalicia, sino como un signo de confianza, un homenaje a un servicio prestado en la sombra, y quizás una apertura a un futuro compartido en el gobierno de la Iglesia.

Conclusión: entre rito mudo y relato vivo

En definitiva, la donación del solideo rojo por el cardenal electo al secretario del cónclave no constituye ni una tradición canónica, ni una regla implícita. Se trata de un gesto personal, raro, pero altamente simbólico, observado en dos ocasiones en los tiempos modernos y siempre seguido de una elevación al cardenalato. Encarna, en un instante silencioso, esa dinámica propia del Vaticano donde la historia se escribe tanto en los actos discretos como en los textos solemnes. Testimonia también esa parte de humanidad, de reconocimiento y de afecto fraternal que sobrevive en medio de las grandes decisiones espirituales.